Es un hecho que Occidente ha asistido a un paulatino descubrimiento del fenómeno griego: de forma más o menos segura, más o menos firme, los grandes valores de la cultura griega se han ido incorporando al acervo espiritual de Occidente. Sólo la religión parece estar muy alejada de lo que podemos llamar el espíritu europeo. Y asoma la pregunta: ¿Acaso los griegos no fueron religiosos? ¿Es que la visión religiosa que elaboró Grecia no tiene nada que decirnos? La verdad es que, en principio, la causa fundamental de este curioso hecho estriba en que nos hemos empeñado en medir el sentimiento religioso griego con módulos cristianos. Y, colocados en esta perspectiva, es claro que grandes aspectos de la religión griega deben parecernos, hasta cierto punto, extraños. Si definimos el fenómeno religioso con módulos cristianos debe resultar evidente que una religión de la que está ausente la noción de un Dios creador, único, salvador de la Humanidad, providente y amoroso, ha de sernos extraña sin remedio.
Hay una actitud —que aparece incluso en los primeros autores cristianos— que consiste en ver lo griego como una anticipación, una preparación para lo cristiano. La religión griega sería como una praeparatio evangelica, como una etapa de la Humanidad en la que ésta, sólo con las armas de la razón, ha intuido aspectos importantes del cristianisno, que cuenta ya con la revelación. Lo griego como una etapa de la experiencia humana a la que le falta algo por lo que, inconscientemente, suspira. Tal la actitud, en la Antigüedad, de Eusebio de Cesárea, y, un poco antes, de Clemente de Alejandría; en la época moderna, la de un Festugière, quien en su libro L'idéal réligieux des Grecs et l’Evangile ha sentado las bases de esta interesante postura.
Otra actitud —quizá más aceptable históricamente— es la de quienes, como W. F. Otto, pretenden descubrir la esencia ideal de la religión de los griegos, y llegan a afirmar —reaccionando contra posturas opuestas— que el fenómeno religioso griego es «una de las más grandes ideas religiosas de la Humanidad». Pero Otto cae en una postura también exclusivista, aunque de signo opuesto: para él el módulo con que debe medirse el cristianismo sería el módulo griego. En su libro Los dioses de Grecia (Die Götter Griechenlands) ha presentado el hecho religioso helénico con una visión idealista.
Mientras para el cristianismo el centro es Dios, para Otto el centro es el Hombre. La religión griega, hecha de luz y de belleza, ha sido adulterada por el fenómeno cristiano, que la ha rebajado, eliminando sus aspectos más hermosos.
No es necesario advertir que una y otra postura se excluyen mutuamente, y que el camino debe consistir en un análisis riguroso, histórico, que ponga en claro los hechos típicos de eso que hemos convenido en llamar la religión griega.
Rasgos esenciales de la religión griega
No resulta una fácil tarea señalar los elementos que definen el hecho religioso griego, sobre todo después de cuanto hemos dicho en el apartado anterior. De un lado, la religión es un fenómeno que presenta unos cambios profundos en Grecia a medida que se desarrolla con el tiempo. De Homero a Platón hay un abismo. Pero es que, al mismo tiempo, las profundas transformaciones socio-culturales influyen en la religión. Y si añadimos que la religión ha presentado aspectos muy distintos según predomine en ella el componente que podemos llamar indoeuropeo o el Mediterráneo (las dos grandes fuentes de la religión griega según Pettazzoni), habremos esbozado las dificultades que presenta todo intento de análisis. Sin embargo, cabe distinguir unos cuantos rasgos específicos que enumeramos a continuación:
1. Por lo pronto, la lengua griega carece de un término específico para designar lo religioso. Términos como eusebeia (piedad), eulabeia (precaución). Se entiende: ante los dioses y los daímones), qreskeia (ritual), que son los más cercanos a nuestra idea de religión, no expresan comprensivamente el concepto moderno de «relación con lo divino». En algunos casos, el griego acude al expediente de nombrar todo cuanto se refiere al hecho religioso con esa perífrasis tan conocida de « lo que atañe a los dioses» (ta peri twn dewn).
2. En términos generales, la idea de un dogma y de un libro revelado es ajena al concepto griego de religión. Tampoco hay en Grecia una casta sacerdotal, como en Oriente. Hay ciertas excepciones, como las del orfismo. Pero se trata, en este caso, de corrientes muy concretas, que nunca llegaron a cristalizar como algo específico de lo griego.
3. La religión griega tradicional hunde sus raíces en la vida de la polis. Es, pues, eminentemente social. Tomar parte en los sacrificios y las fiestas religiosas es el signo más claro de la aceptación del hecho religioso, como es el derecho básico del ciudadano.
4. El carácter social de la religión helénica explica que, en la cultura griega, una buena parte de los géneros literarios se hayan constituido a partir de un ritual religioso que se va desacralizando, aunque queden restos más o menos formales de este origen. Véase, para la lírica, el libro de F. R. Adrados, Los orígenes de la lírica griega, Madrid, Rev. de Occ., 1976.
5. Aunque hemos señalado la ausencia de dogmas, existe la posibilidad de un conflicto religioso, sobre todo cuando la actitud personal puede afectar al culto de los dioses. Negarse a este culto era plantear la posibilidad de que los dioses —protectores de la ciudad— abandonaran su actitud protectora. Ahí está la raíz político-religiosa de algunos de los grandes procesos contra determinadas personas que atacaban, o ponían en peligro los fundamentos de la polis: recordemos el caso de Sócrates.
6. La religión de la polis tendía, pues, a acaparar todos los aspectos externos del culto. Pero, al lado de esa religión política podían producirse determinados movimientos que trascendían el campo puramente local. Entonces asistimos a la formación de determinadas tendencias religiosas que presentan aspectos más amplios: como ejemplos, cabe citar la religión délfica, el movimiento dionisíaco, el culto de los misterios. Nos ocuparemos de ellos en su momento.
7. Pero los griegos distinguían, al mismo tiempo, dos grandes zonas religiosas: la religión olímpica y la religión ctónica. Un abismo separaba ambas concepciones, si bien asistimos a intentos de síntesis. Los dioses olímpicos, cuyo ejemplo más radiante lo tenemos en Hornero, son dioses antropomórfícos que se han repartido —mítica y culturalmente— el universo. Aman la luz, la claridad, la razón. Sus relaciones con los hombres están presididas por una especie de pacto (do ut des), de modo que, a cambio de un culto específico, son los que protegen al hombre y, en su caso, a la ciudad. A veces simbolizan aspectos muy concretos de la fuerza de la naturaleza: Afrodita el impulso amoroso, Artemis la vida solitaria en los bosques, con su correlato, la evitación del comercio amoroso, la vida pura; Deméter la fuerza que hace germinar los cereales. Y como cada dios cubre sólo un aspecto muy concreto de la vida, pueden surgir conflictos, que terminan normalmente con la aniquilación del hombre que ha escogido uno solo de estos dos caminos posibles: así, Hipólito, aplastado entre la fuerza de Afrodita y la de Artemis. Así, Penteo, que ha rechazado el culto a Dioniso.
La religión ctónica —de origen agrícola— simboliza el culto a las fuerzas oscuras, irracionales, presociales. El culto que reciben tiene lugar durante la noche, y las víctimas que se les ofrecen son distintas de las que se ofrecen a los olímpicos. El culto a los héroes, sin duda una continuación del culto a los muertos, ha nacido de esa religión.
La ciudad-estado ha intentado, y normalmente lo ha conseguido, realizar una síntesis que abarque los dos aspectos, el olímpico y el ctónico. Asi se dan casos en que un dios olímpico ha recibido ritos que, originariamente, estaban dedicados a las fuerzas oscuras de la tierra. Ritos mágicos y catárticos, que en principio eran atributo de los dioses ctónicos, se ofrecen a los olímpicos que han sustituido a un dios infernal. Así, en las Diasias, fiesta originariamente consagrada a una divinidad ctónica, realizan ritos ctónicos dedicados a Zeus, que, a su vez, presenta el aspecto serpiente, animal ctónico por excelencia. Y, en general, cabe decir que la mayoría de las fiestas griegas comportan ceremonias de origen agrario, pero están consagradas a divinidades olímpicas, como ha demostrado Nilsson en su libro Fiestas griegas (Giechische Feste). Fenómeno parecido hallamos en las Tesmoforias (fiesta con ritos mágicos para asegurar la fertilidad del campo), dedicada a Deméter.
Legalismo, misticismo y soteriología
Durante la época arcaica asistimos a la aparición de fenómenos anlitélicos, aunque en cierta medida complementarios, en el campo de la religión griega, surgen dos tendencias que Nilsson ha calificado de legalismo y de misticismo que presentan rasgos específicos que conviene analizar:
1. De un lado, la aparición y desarrollo del culto de Apolo en Delfos, dios aristocrático, cuya doctrina básica es la de las barreras profundas que separan no sólo al hombre de Dios, sino las mismas clases sociales entre sí. El pecado original de la religión délfica es la hybris, es decir, todo intento por superar los límites. El orgullo y la soberbia del hombre que aspira a algo más de lo que es puramente humano es hybris, es insolencia, es pecado, y los dioses castigan cruelmente esta transgresión de la norma. Contra la hybris los dioses responden con la némesis. La nulidad de la vida humana es puesta constantemente de relieve por esta religión. Su centro fue el santuario de Delfos, desde donde irradian sus doctrinas, que normalmente son aceptadas por los regímenes aristocráticos.
El dios de Delfos, Apolo, tiene en el santuario un oráculo, desde donde presta su auxilio a quienes van a consultarle. Pero sus respuestas son enigmáticas, oscuras, y normalmente el hombre no acierta a descifrarlas en el sentido querido por el dios. Al mismo tiempo, existe una literatura délfica, que propaga los principios del apolinismo (Heródoto, Píndaro, Estesícoro, Platón, entre otros, según Defradas, Les thèmes de la propagande delphique, París, 1954).
2. Pero el espíritu griego arcaico quedaría incompleto si, al lado de Apolo, el dios de la distancia, no hubiera surgido Dioniso, el dios de la unión. Durante el siglo VI aparece en Grecia una corriente de misticismo, un movimiento religioso democrático (Gernet-Boulanger), que busca prosélitos y que impone duros castigos a quienes intentan oponerse a la fuerza arrolladora de sus ritos (Licurgo, Penteo). Dioniso, simbolizado en el vino, significa, al mismo tiempo, frente a Apolo (que es la razón), las fuerzas irracionales, liberadoras, del hombre. En los ritos nocturnos que le son consagrados, el hombre consigue, mediante la participación en la comida ritual del animal descuartizado vivo, la comunión con el dios, simbolizado en ese animal. Sus adoradores —en su mayoría mujeres, las bacantes o ménades— se reúnen en grupos colectivos, los tíasos, y emplean como instrumentos culturales el tambor, el tirso, la flauta, todos ellos de origen oriental, como el mismo dios. La belleza y al tiempo la crueldad de esa religión ha sido expresada maravillosamente por Eurípides en su tragedia Las Bacantes.
3. Tanto la religión délfica como la dionisíaca son religiones que nada tienen que ver con un deseo de salvación, con una aspiración al más allá. Pero el hombre griego ha sentido, en esta época, también un irrefrenable impulso hacia lo soteriológico, aunque esta aspiración no alcance, en la época arcaica, la fuerza que adquirirá en la época final del helenismo. Surge así una religión originalmente agraria, de carácter mistérico, que promete a sus iniciados una vida nueva, aunque no se trate del hombre nuevo del cristianismo primitivo. Es la religión de los misterios eleusinos, consagrados a Deméter. El símbolo es aquí el trigo, que muere y renace, como morirá y renacerá a una vida mejor el mystes, el iniciado. Se trata de un aspecto muy curioso de la concepción religiosa helénica, que, normalmente, no se plantea la cuestión de una supervivencia en el más allá, si no es en casos muy concretos.
Extraído de:
J. Alsina Clota y R. A. Santiago Alvárez, Griego, Manuales de Orientación Universitaria, Editorial Anaya
Muy buen artículo.
ResponderEliminarLa razón de los olímpicos, como experiencia religiosa, va ligada a su contraparte la irracionalidad ctonia.
¿qué aspectos separan a los ctonio del culto de la diosa madre? Tal vez sea el mismo principio religioso.
Un cordial saludo
Marcelo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar