Fragmento de un artículo firmado por LUIS ALBERTO DE CUENCA (extraído de www.revistamercurio.es)
(...) Calímaco nació en Cirene (Libia) poco antes del año 300 antes de Cristo. Pasó cuando era joven a Alejandría, donde se ganaba la vida como profesor de gramática hasta que Ptolemeo II Filadelfo se fijó en él y le encargó la tarea de llevar a cabo un catálogo exhaustivo de los fondos bibliográficos que atesoraba la Biblioteca de Alejandría. Ese catálogo, hoy perdido, constituiría los ciento veinte libros de los Pinaces, en los que se ordenaban, alfabéticamente ypor géneros, los riquísimos fondos de la Biblioteca, de la que nunca llegó a ser director el bueno de Calímaco, recayendo ese cargo en Apolonio de Rodas, el autor de los Argonautica, su máximo rival en cuestiones estéticas.
Se conservan tan sólo 63 epigramas completos de Calímaco de Cirene. Debo decir que en ese puñado de versos— no llegan a 300—aprendí a vivir y a escribir poesía (que en mí fue un único aprendizaje a dos bandas). Fue Calímaco quien me enseñó a valorar la concreción, la intensidad, el efecto sorpresa, el tono coloquial, la concisión expresiva. Veamos, por ejemplo, el epigrama II de mi colección (Madrid, Gredos, 1980),dedicado a su amigo Heráclito, un poeta: “Alguien me dijo, Heráclito, tu muerte, y me brotaron lágrimas. Recordé cuántas veces vimos juntos la caída del sol en charla interminable. Y he aquí que ahora tú, en alguna parte, no eres más que ceniza. Pero ellos sí, tus ruiseñores viven. Hades, que todo lo arrebata, jamás pondrá su mano sobre ellos.” En esa mínima elegía, Calímaco salvaba del desastre los poemas de su recién fallecido amigo. La “estotra vida tercera” de Manrique ya asomaba la cara enel epigrama calimaqueo.
“Doce años, un niño. Lo ha enterrado Filipo, el padre, aquí, junto con toda su esperanza. Su Nicóteles” (XIX). ¿Cabe mayor emoción lírica por la muerte de un hijo que la que se respira en esta inscripción funeraria? ¿Y qué decir de Cleómbroto, el adolescente que se suicidó para adelantar su encuentro con la inmortalidad, tras haber devorado el Fedón platónico (XXIII)? Quiero transcribir, por último, el epigrama XLIII, que es de una penetración psicológica admirable y nos habla del hecho del amor con una profundidad no exenta de catártica ligereza: “Tenía oculta el huésped una herida. Subían dolorosos suspiros a su pecho mientras bebía su tercera copa y las rosas caían, pétalo a pétalo, todas al suelo desde su guirnalda.”
Fue Calímaco quien me enseñó a valorar la concreción, la intensidad, el efecto sorpresa, el tono coloquial, la concisión expresiva.
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