miércoles, 25 de mayo de 2011

El Hades en la Odisea

Breves referencias a la Odisea y su tiempo.

Es el segundo de los poemas épicos atribuidos a Homero tanto cronológicamente como en extensión. Estructurado en veinticuatro cantos, en uno de ellos, concretamente el XI, se nos ofrece una detallada y rica descripción de la morada o el reino de Hades [6] y Perséfone [7].

Sin olvidar las diversas innovaciones que dentro de su género convierten en singular a esta obra, comparte con toda la épica indoeuropea anterior y posterior a la Era Cristiana una serie de características formales, recursos literarios, estructuras, y un esquema dramático similar: se produce la aparición de un problema, la búsqueda de una solución y el hallazgo o no de la misma.

La Odisea nos narra las aventuras y desventuras del héroe Ulises u Odiseo [8], que tras salir de su hogar, Ítaca [9], para participar en la guerra de Troya [10], se ve envuelto en numerosas pruebas y peligros al intentar volver con su pueblo. Después de muchos años fuera de casa, regresa y se encuentra a su mujer asediada por varios pretendientes, a los que da muerte y recupera finalmente el poder de rey que ostentaba.

Tras distintas peripecias en su lucha por el reencuentro con su patria, nuestro héroe visitará la morada de los muertos, el propio Ulises relata al rey Alcínoo los sucesos acaecidos en dicho lugar. De esta manera sabemos, por boca del propio protagonista, cómo se produce la salida con sus compañeros del palacio de Circe [11], quien les recomienda viajar al reino de Hades, donde están las almas de los difuntos y consultar allí la del tebano Tiresias [12].

Habiendo llegado al lugar en cuestión, realizan una serie de ofrendas y libaciones a los muertos, que comienzan a aparecer paulatinamente. Algunos de ellos, los conocidos por Odiseo y sus compañeros, se presentan, cuentan el motivo de su desgraciada muerte e incluso, como en el caso de Elpénor, conversan con los visitantes. Aunque esto se produce a cierta distancia física, pues no pueden tocarse ni tampoco permitir el contacto con la sangre de los animales sacrificados hasta no haber encontrado a Tiresias, quien puede indicarles la manera segura de regresar a Ítaca.

Al terminar de narrar Ulises estos sucesos, el rey Alcínoo y su corte se comprometen a llevarle ellos mismos a su amada patria.

El descenso a los infiernos o Nekyia, resulta plenamente satisfactorio, pues el héroe griego obtiene el consejo y la predicción que necesitaba, y se convierte en el primer hombre que es capaz de llegar hasta allí y volver para contarlo.

El propio Homero, Hesíodo, y otros autores, se figuraban el infierno como un lugar vasto, oscuro, dividido en diversas regiones. En general, y evolucionando a través de las distintas épocas de la cultura y la literatura helena, podemos dividir dicho enclave en dos espacios diferenciados, uno terrible, donde se veían lagos, cuyas aguas infectas y cenagosas exhalaban vapores mortales, un río de fuego, varias torres de hierro y cobre, hornos ardientes, monstruos y furias encarnizadas en atormentar a los malvados; y otro risueño y pacífico, destinado a los «buenos».

Estos pueblos ponían los límites de la tierra en las rocas del Atlas y las llanuras de España pensando que el cielo cubría tan sólo esta parte del mundo, mientras en el resto reinaba una noche eterna y terrorífica. Homero pone su entrada en el confín del océano, donde llega Odiseo con su barco.

Según nos muestra la propia literatura griega a través de su desarrollo histórico, creían en la existencia de una división del infierno en cuatro niveles: en primer lugar, el más cercano a la tierra era el Erebo [13], en él se encontraba el palacio de la Noche y el del Sueño siendo la morada de Cerbero [14], las Erinias o Furias y la Muerte también lo habitaban. Por allí erraban durante cien años las sombras infelices cuyos cuerpos no habían recibido los honores de la sepultura. Donde arribaría Ulises y de donde surgen los difuntos con los que conversa podría, según lo expuesto, ser el Erebo.

Un segundo nivel constituía el infierno de los malvados en el que cada crimen era castigado y el remordimiento ahogaba a sus víctimas que sufrían todo tipo de tormentos. A continuación se encontraba el Tártaro que era la cárcel de los dioses, además de sostener los vastos fundamentos de la tierra y los mares. Fueron encerrados en él los dioses antiguos arrojados del Olimpo por los reinantes y victoriosos. Por último, como dijimos, creían en la existencia de una morada feliz para las almas virtuosas conocida como los Campos Elíseos, para llegar hasta ella era necesario atravesar el Erebo.


El Hades homérico.

Podemos comenzar subrayando el viaje como elemento imprescindible para llegar hasta el punto de encuentro con los difuntos, pues éstos no aparecen en cualquier paraje por la invocación o el efecto de distintos rituales, sino que, para entablar contacto directo con ellos, Ulises debe trasladarse hasta su morada.

Este tránsito se realiza por mar [15] y por tierra. El agua está muy presente en todo lo relacionado con la muerte. Cuando Odiseo y sus compañeros desembarcan en lo que consideran el límite de las aguas prosiguen a pie hasta dar con el lugar indicado con anterioridad por Circe [16].

“Cruzado el océano, una extensa ribera hallarás con los bosques sagrados de Perséfone, chopos ingentes y sauces que dejan frutos muertos. Allí atracarás el bajel a la orilla del océano profundo y marcha a las casas de Hades aguanosas; allí al Aqueronte confluyen el río de las Hamas y el río de los llantos, brotando en la Estigia, que reúnen al pie de una peña sus aguas ruidosas”.
Odisea, canto X, 508-515.

De este modo, el paraje al que irían las almas se erige en un lugar concreto y tangible, con un determinado enclave geográfico, situado en línea con el mundo terrestre, aunque inaccesible y alejado de las tierras de los vivos y la civilización, en el límite del mundo conocido.

Por tanto, la llegada al Hades se produce mediante un desplazamiento horizontal en línea con la tierra habitada por los mortales:

“(...), cuando el barco llegaba al confín del océano profundo. Allí está la ciudad y el país de los hombres cimerios entre nieblas y nubes, sin que jamás el sol resplandeciente los ilumine con sus rayos, (...) A este paraje fue nuestro bajel, que sacamos a la playa; y nosotros, asiendo las ovejas, anduvimos a lo largo de la corriente del Océano hasta llegar al sitio indicado por Circe”.
Odisea, canto XI, 13-23.

Sin embargo más tarde, tras abrir Ulises un agujero en la tierra siguiendo los consejos de la diosa maga, aparece en el texto la idea de lugar subterráneo del que surgen los muertos:

“(...), mientras yo desnudaba del flanco el agudo cuchillo y excavaba una fosa de un codo de anchura; libamos allí mismo al común de los muertos, [...], tomando las reses córteles el cuello sobre el hoyo. Corría sangre negra. Del Erebo entonces se reunieron surgiendo las almas privadas de vida, (...)”.
Odisea, canto XI, 24-37.

Así, los conceptos de desplazamiento horizontal y vertical, en cuanto a la situación física del Hades sobre tierra y/o bajo ella, se entremezclan de forma más o menos explícita a lo largo de la obra y con mayor detalle en el canto XI.

No es Odiseo el que desciende sino los difuntos quienes suben a la superficie habiendo de esta manera un largo viaje horizontal para los vivos, y otro más corto, casi instantáneo y vertical, para los muertos. Esta alternancia entre el concepto de descenso y el simple desplazamiento no queda clara [17] aunque existan alusiones directas en el texto:

“Madre mía, preciso me fue descender hasta el Hades a tratar con le alma del cadmio Tiresias (...)”.
Odisea, canto XI, 164-165.

Tenemos un ejemplo más de esta doble idea con la descripción que se hace en el canto XXIV a propósito del camino que recorren los galanes muertos por Odiseo para llegar al Hades:

“Del océano a las ondas llegaron, al cabo de Leucas, a las puertas del sol, al país de los sueños, y pronto descendiendo vinieron el prado de asfódelos, donde se guarecen las almas, imágenes de hombres exhaustos”.
Odisea, canto XXIV, 11-14.

Como decíamos, en todos estos fragmentos encontramos el denominador común del agua. Este elemento, que también puede aparecer vinculado precisamente al surgimiento de la vida, según el texto cumple distintas funciones: es como hemos visto el medio de acceso al Hades -el Océano-, y se usa en la invocación cuando Ulises vierte agua pura en el hoyo excavado, lo que connotaría cierto poder purificador aunque, por otro lado, las «aguas infernales» son insanas, estancadas, frías, etc., de todo punto incompatibles con la vida y dotan al lugar de un ambiente húmedo y pantanoso asociado sin duda a la putrefacción, en definitiva a lo muerto.

Respecto a la fisonomía de los lugares por los que atraviesa la nave, el emplazamiento donde desembarca, el recorrido de Ulises y sus compañeros siguiendo las corrientes del mar, el paraje en el que abre el hoyo para la invocación, y la morada de Hades existente bajo dicha abertura en la tierra; no aparecen sino sucintas descripciones. Podemos encontrar una en el canto X donde por boca de Circe conocemos la situación geográfica del Hades y algunos detalles físicos del camino hacia él como el paso por el océano, la ribera rodeada de extensos bosques o la confluencia de múltiples ríos. El resto del discurso de Circe hace referencia a los ritos que deben llevar a cabo para atraer a los difuntos hacia la superficie terrestre y, especialmente, a Tiresias.

Otra breve descripción aparece en el propio canto XI, cuando Ulises nos relata lo que ve al llegar al punto de encuentro indicado por la diosa maga. La idea que tenemos del mundo de los muertos y de la existencia en él es la de un lugar de difícil acceso, oscuro, sin apenas luz solar, pantanoso, de aguas estancadas y malolientes, lóbrego, frío y triste, «poco apetecible hasta para un difunto» y que recibe a lo largo de la obra distintas denominaciones, tales como: «El lóbrego ocaso», «el lugar sin contento», «la tierra sombría», «las mansiones tenebrosas de Hades», etc., que responden a lo mencionado anteriormente.

El complejo acceso al Hades, llega hasta el punto de convertirlo en el lugar que ningún hombre vivo había alcanzado [18] y del que es imposible regresar si exceptuamos a Ulises, que lo logra con las indicaciones de Circe y Tiresias:

“Odiseo.- ¿Quién, oh Circe, será nuestro guía para esa inolvidable jornada? Nadie hasta el Hades llegó con su negro navío”.
Odisea, canto X, 501-502.

Pero si para los vivos es imposible no es fácil tampoco para los propios muertos, que necesitan de un guía para llevar sus almas hasta el «destino final» papel que parece cumplir el dios Hermes [19]:

“Hermes, dios de Cilene, hacia sí convocaba las almas de los muertos galanes. Llevaba su vara en las manos, (...) se llevaba sus almas, que daban agudos chillidos detrás de él, (...) marchaban en grupo tras Hermes sanador, que sus pasos guiaba a las lóbregas rutas”.
Odisea, canto XXIV, 1-10.

Una vez localizado el Hades, Ulises como ya sabemos, siguiendo cuidadosamente los consejos de Circe, abre un hoyo en la tierra y a su alrededor realiza las libaciones a los difuntos esparciendo diversas ofrendas de alimento. Después invoca y suplica a sus almas prometiéndoles sacrificios cuando llegue a Ítaca. Por último, descuartiza un animal sobre el agujero de forma que la sangre se extienda por el suelo y su olor atraiga a los habitantes del Erebo. Un dato importante es que nuestro héroe no puede permitir que éstos entren en contacto directo con la sangre hasta que no consiga hablar con Tiresias, pues así lo recomienda la diosa Circe.

“Una fosa abrirás como un codo de ancha y en torno libareis a todos los muertos vertiendo, primero, una mezcla de leche con miel y después vino dulce, finalmente agua pura; Por encima echareis blanca harina y orareis largamente a los muertos, cabezas sin brío. Sea tu voto inmolarles en casa una vaca infecunda, la mejor que se hallare a tu vuelta a la patria, colmarles de presentes la pira y, aparte, ofrecer a Tiresias un carnero de negros vellones, la flor de tus greyes (...) A un tiempo, del costado sacando tu mismo la aguda cuchilla quedarás impidiendo a los muertos, cabezas sin brío, acercarse a la sangre hasta haberte instruido Tiresias “.
Odisea, canto X, 517-524.

Cumplido el ritual comienzan a aparecer los muertos, en gran murmullo, tratando de acercarse a la sangre. Estos seres son «inmateriales», una suerte de «espectros» que parecen no conservar su anterior conciencia y raciocinio, y por ello simplemente deambulan por tan oscuras regiones. A lo largo del relato son descritos con diversos apelativos, como por ejemplo: «cabezas sin brío», «sombras que pasan» o «inanes cabezas». Pero a la vez muchos de ellos son reconocidos por Ulises como compañeros de guerra, personajes conocidos, incluso su madre, e interpelados por él responden a sus preguntas de forma admirable:

Anticlea.- “¡Hijo mío! ¿Cómo has bajado en vida a esta oscuridad tenebrosa? Difícil es que los vivientes puedan contemplar estos lugares, separados como están por grandes ríos, por impetuosas corrientes y, principalmente, por el Océano, que no se puede atravesar a pie sino en una nave bien construida”.
Odisea, canto XI, 155-159.

Se produce por tanto una situación contradictoria entre la manera de describir a los fallecidos y la forma en que algunos de estos se comportan. Por un lado se habla de seres que han perdido el entendimiento, sus recuerdos y conciencia anteriores, pero por otro lado, razonan e intercambian opiniones con Ulises.

Pareciera que al beber la sangre de los animales sacrificados se obrara el cambio, quizás ésta actúe como símbolo de vida y sea capaz de devolver el recuerdo y el intelecto a los muertos por lo menos de forma temporal:

“Acercóseme el alma por fin de Tiresias tebano con un cetro de oro. Al notar mi presencia me dijo:

¡Oh Laertíada, retoño de Zeus, Ulises mañero! ¿Cómo ha sido, infeliz, que, a la luz renunciando del día, has venido los muertos a ver y el lugar sin contento? Mas aparta del hoyo, retira el agudo cuchillo, que yo pueda la sangre beber y decir mis verdades.

Así dijo. Me aparté y metí en la vaina la espada guarnecida de argénteos clavos. El eximio vate bebió la sangre, y hablóme al punto con estas palabras (...) ”.
Odisea, canto XI, 90-99.

“Más yo me estuve quedo hasta que vino mi madre y bebió la negruzca sangre. Reconocióme de súbito y díjome entre sollozos estas aladas palabras (...)”.
Odisea, canto XI, 151-153.

De alguna manera, el hecho de alimentarse con sangre sirve de vínculo a las almas con el mundo de los vivos y logra conectarlos por un breve espacio de tiempo, en una inesperada recuperación de la memoria, con su vida anterior. Sin el contacto con la sangre son simples seres que vagan sin finalidad alguna.

Este destino es común para todos los muertos independientemente de sus acciones en vida aunque en el canto XI tenemos un breve pasaje que nos habla de una especie de juicio escuetamente descrito.

“Y vi entonces a Minos, el hijo brillante de Zeus, que, con cetro de oro, sentado, juzgaba a los muertos mientras ellos en torno del rey aguardaban sus fallos, ya sentados, ya en pie, por el Hades, mansión de anchas puertas”.
Odisea, canto XI, 568-571 .

También en este canto, resulta curioso que seres intangibles sean capaces de alimentarse de algo material como es la sangre e incluso puedan ser atemorizados por un objeto tangible que en principio no puede causarles el daño para el que ha sido concebido.

“A un tiempo, del costado sacando otra vez el agudo cuchillo, me quedé conteniendo a los muertos, cabezas sin brío, sin dejarles llegar a la sangre (...)”.
Odisea, canto XI, 47-50.

Lo que sí podemos concluir del propio texto en relación con los muertos, es que su «existencia» es anodina, penosa y eterna: Un vagar sin sentido. Los hombres son allí sombras de lo que fueron. Desprovistos de intelecto, exhaustos, sin memoria y sin objetivos. Respecto a la descripción de estos seres fantasmagóricos, el texto sólo ofrece algunos detalles.

“(...) no tienen los tendones cogidos ya allí su esqueleto y sus carnes, ya que todo desecho quedó por la fuerza ardorosa e implacable del fuego, al perderse el aliento en los miembros; sólo el alma, escapando a manera de sueño, revuela por un lado y por otro”.
Odisea, canto XI, 218-223.

Lo mismo sucede en cuanto a la posible jerarquía o estructura interna del Erebo. Podemos deducir que los muertos deambulan por dichos espacios sin la existencia de estancias o lugares concretos ni la diferenciación en clases sociales o rangos entre ellos.

Durante su estancia en el Hades, Ulises, además de hablar con su madre y Tiresias, tiene la ocasión de ver y conversar con distintas mujeres: Tiro, Antíopa, Mégara, Fedra, etc.; con algunos héroes de la batalla de Troya: Agamenón, Aquiles, Patroclo, Áyax, etc.; así como, con otros personajes en lo que supone un catálogo de nombres conocidos en el imaginario cultural de la época. Veamos sólo algunos ejemplos:

“Mientras así conversábamos vinieron (enviadas por la ilustre Perséfone) cuantas mujeres fueron esposas o hijas de eximios varones (...).. La primera que vi fue Tiro [20], (...). Después vi a Antíope [21], (...), que se gloriaba de haber dormido en brazos de Zeus. [...]. Después vi a Alcmena [22], (...), la cual del brazo del gran Zeus tuvo al fornido Heracles, (...)”.
Odisea, canto XI, 225-267.

Odiseo.- “¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres Agamenón [23]! ¿Cuál hado de la aterradora muerte te quitó la vida? (...)”.

Agamenón.- “¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! (...); Egisto [24] fue quien me preparó la muerte y el hado, pues, de acuerdo con mi funesta esposa, me llamó a su casa, me dio de comer y me quitó la vida como se mata a un buey junto al pesebre”.
Odisea, canto XI, 405-411.

“Vi asimismo a Tántalo [25], el cual padecía crueles tormentos, de pie en un lago cuya agua le llegaba a la barba. Tenía sed y no conseguía tomar el agua y beber”.
Odisea, canto XI, 582-585.

“Vi de igual modo a Sísifo [26], el cual padecía duros trabajos empujando con entrambas manos una enorme piedra. Forcejeaba con los pies y las manos e iba conduciendo la piedra hacia la cumbre de un monte; (...)”.
Odisea, canto XI, 593-596.

“Después de ellos vi a Heracles [27]: el fuerte, (...). Conociéndome el héroe, no bien me avistó con sus ojos y de lástima lleno me hablo con aladas palabras:

(...). Aunque hijo del Crónida Zeus, me cupo una carga de infinito pesar, (...), un día hasta aquí me mandó por el perro de Hades (...), pero yo cogí al perro y lo traje a la luz, (...)”.
Odisea, canto XI, 601-625.

Dentro de los personajes con los que Ulises se encuentra, el caso de Aquiles es especialmente significativo. Durante la breve conversación que mantienen, su compañero de armas en Troya le dice lo siguiente:

“No pretendas, Ulises preclaro, buscarme consuelos de la muerte, que yo más querría ser siervo en el campo de cualquier labrador sin caudal y de corta despensa que reinar sobre todos los muertos que allá fenercieron”
Odisea, canto XI, 488-491.

Sin embargo con anterioridad, en la Ilíada, Aquiles pronunciaba las siguientes palabras:

“(...) Mi parca yo la acogeré con gusto cuando Zeus quiera traérmela y también los demás dioses inmortales”Ilíada, canto XXII, 365-366.

La vida del héroe era corta pero gloriosa, su destino solía ser morir joven aunque, si se lo ganaba en el campo de batalla, tenía todo lo que un hombre podía desear. Sin embargo en la Ilíada, poema épico de marcado carácter marcial, el fatal desenlace es «alegremente» asumido de manera totalmente contraria a lo que sucede en la Odisea donde, en los aproximadamente cien años que separan -según los especialistas- ambas creaciones, Aquiles habría pasado de asumir gustoso su destino a quejarse amargamente del mismo. Parece que el conocimiento del Hades hubiera debilitado la dureza del invencible guerreo. Probablemente, y suscribiendo las palabras de Curtius [28], cambios sociales como la inmigración y el consiguiente abandono de algunas tradiciones trajeron consigo un debilitamiento religioso y una mayor presencia del racionalismo, repercutiendo en que la idea de la vida tras la muerte no fuera tan prometedora para los grandes héroes.

Lo que claramente podemos extraer del propio texto, en relación con los muertos, es que su «existencia» resulta penosa y eterna. Los hombres son allí simplemente sombras de lo que fueron en vida desprovistos de toda inteligencia. Se nos presenta, posiblemente en consonancia con las nuevas creencias del momento, un destino trágico que de ninguna manera puede ser deseado por el ser humano.

(extracto del artículo La estética del tránsito. Visión literaria del «infierno»
en la Odisea y el poema de Gilgamesh de Alberto Fernández Hoya, para verlo completo: www.ucm.es, es aconsejable hacerlo, a pesar del 'Ulises' empleado)
Para leer el descenso al Hades de Odiseo, hay muchas posibilidades en internet, como ejemplo uno: www.laantorcha.net

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